En los días lejanos de Nueva York, un raw bar, o bar crudo, solía ser un modesto establecimiento especializado en mariscos y pescados, principalmente crudos, que incluían ceviches y tartares, algunos preparados de manera más tradicional, y quizás un plato para los amantes de la carne.
Al trasladarse al corazón de Chueca y añadirle el nombre Cannibal, podría pensarse que se trata de algo particularmente salvaje y radical. Sin embargo, no se preocupen: la experiencia se centra más en lo moderno y en los amantes de la comida, sin estridencias, y el concepto americano se ha expandido, ofreciendo tantos platos cocinados como crudos.
El resultado es interesante desde hace cerca de 10 años, sin grandes picos pero sin errores evidentes, enmarcado en el eclecticismo con toques de fusión que impera hoy en día.
Para aquellos de cierta edad, el lugar ofrece el atractivo nostálgico de ocupar el espacio que durante muchos años fue el Oliver de Adolfo Marsillach y Luis Morris, aunque no se encuentren reliquias de ese lugar tan importante en la historia nocturna de Madrid.
Los jóvenes socios demuestran un gran impulso: abrieron el primer Cannibal en Galicia en 2011 y en estos años han ido puliendo esos detalles que la clientela demanadaba para que sus dumplings, al estilo de las gyozas japonesas, rellenos de buey Angus en salsa barbacoa japonesa, fueran únicos en Madrid, y esos berberechos al vapor absolutamente clásicos: grandes, frescos y perfectamente cocidos.
Si te decantas por los platos crudos, un tartare picante de atún rojo, con el habitual toque de wasabi, será un acierto seguro. En contraste, otro plato principal podría ser una sabrosa pluma ibérica de bellota a la plancha acompañada de puré de boniato, resultará una elección excelente.
Además de los platos salados, encontramos un par de sorpresas agradables. En cuanto a las bebidas, la carta de vinos se diría que es poco convencional, con un par de blancos que se adaptan perfectamente a esta propuesta. Otra sorpresa agradable es la versión sensacional, tierna, sutil y cítrica como debe ser, del Key Lime Pie, la tarta norteamericana de limón verde. Una excelente despedida para un restaurante que lleva muchos años siendo un «must» de la gastronomía en Madrid.